El acoso escolar o maltrato escolar continúa siendo uno de los principales problemas en las aulas. La palabra “Bullying”, desafortunadamente, ha tomado significado para la gran mayoría de los alumnos, padres, madres y educadores, preocupados al enfrentarse a las posibles consecuencias físicas y psicológicas de las víctimas.
Cuando una persona se ve implicada en un acto violento, aumenta su vulnerabilidad y por tanto la probabilidad de que pueda sufrir algún desajuste social o psicológico, pudiendo llegar a padecer cuadros clínicos tan graves como el trastorno de Estrés-postraumático (TEPT). Esto no significa que toda persona implicada en un acto violento, tenga que padecer algún tipo de desajuste. Ante las posibles consecuencias psicológicas de actos violentos como Bullying, se han de tener en cuenta diversos factores psicosociales de protección y riesgo como son: estrategias de afrontamiento de las que disponga el individuo ante situaciones de estrés, apoyos familiares y sociales con los que cuenta o factores situacionales y temporales entre otras variables. Por ello es importante evaluar cada uno de los casos, evitando así una posible estigmatización que puede ocasionar consecuencias psicológicas por sí misma.
La gravedad de posibles consecuencias psicológicas se puede ver acentuada si valoramos la etapa del crecimiento en la que los jóvenes sufren este tipo de agresiones, pubertad y adolescencia. Resulta vital, ya que el desarrollo emocional constituye un aspecto importante de la personalidad, la cual se está formando en esas etapas. Las relaciones con el grupo de iguales determinarán en gran parte el autoconcepto (concepto sobre sí mismo) y la autoestima (valoración personal que se hace hacia sí mismo) y si se ven dañados aumentará la probabilidad de padecer trastornos psicológicos y sociales a corto y largo plazo, manteniendo síntomas y consecuencias, incluso en la edad adulta.
Cuando visualizamos una agresión entre los jóvenes en un centro escolar, todos somos capaces de identificar a la principal víctima, que es el/la joven que recibe la agresión, al agresor/a , y a un tercer grupo que son los espectadores, pero en realidad todos ellos pueden desarrollar consecuencias psicológicas, ocasionadas o derivadas del Bullying y por tanto todos son víctimas en cierto modo.
Si nos centramos en las personas agredidas y prestamos atención a las reacciones de cada individuo ante la situación violenta, podemos clasificarlos en dos subgrupos .Por un lado tendríamos a las llamadas víctimas puras, sumisas o víctimas que reaccionan a la agresión con una conducta sumisa y pasiva, por miedo o debido a otros factores. Este grupo de personas tiene mayor probabilidad de desarrollar trastornos emocionales como ansiedad y depresión, conductas desajustadas como indefensión aprendida, autovaloración negativa, tendencia al aislamiento, decremento del rendimiento académico, trastornos del sueño, trastornos de estrés crónico o TEPT entre otros.
Si miramos de nuevo a las víctimas, podemos observar un subgrupo, compuesto por un pequeño porcentaje de sujetos, que reaccionan con un comportamiento hostil y agresivo después de haber sufrido un acto violento. Son las denominadas víctimas agresivas, provocadores o Bully-víctimas (Schwarz et al. 2008).La probabilidad de desarrollar algún trastorno en estos perfiles, no sólo aumentan, sino que tienden a ser más graves y crónicos al presentar un mayor desajuste emocional y psicosocial. Hay que tener en cuenta que las conductas agresivas que utilizan para afrontar la problemática, refuerzan el círculo de la violencia aumentado la posibilidad de que estos agredidos, se conviertan en agresores.
Si volvemos al acto violento y nos fijamos en los agresores /agresoras, podemos ver que no están libres de posibles consecuencias psicológicas. En la mayoría de los casos la figura del agresor/ agresora, se ve reforzada de una forma inconsciente e indirecta por todos los implicados en la agresión, por el miedo expresado o por la forma en la que se acepta o afronta el acontecimiento violento. Esto potencia en el agresor/agresora la ideación de poder y control sobre los demás, y sobre todo la sensación de impunidad ante sus actos, viéndose dañados el desarrollo social, ético y moral en la formación de la personalidad del individuo y pudiendo cronificar conductas impulsivas, baja tolerancia a la frustración, dificultades para asumir y cumplir normas, problemas de socialización, deficiencias en habilidades sociales y en los casos más graves anhedonia y trastornos de la personalidad. No hay que olvidar que con todo ello, la rueda de la violencia en el Bullying gira una vez más.
Si nos centramos en el tercer grupo implicado, los llamadas espectadores/as advertimos que aumenta la probabilidad de padecer trastornos de ansiedad, trastornos del sueño, sentimientos de indefensión y culpabilidad entre otras posibles consecuencias psicológicas. En el caso de los espectadores/as que no actúan y callan, refuerzan el círculo del silencio, dando impulso al círculo de la violencia .Con ello, la imagen de víctima y agresor/a quedan marcadas, y a su vez las consecuencias a largo plazo que ello conlleva.
Para poder sacar una conclusión clara de las posibles consecuencias psicológicas del Bullying, es necesario alejarnos por un momento de los individuos y valorar el problema desde fuera. Veremos que todos los implicados en el Bullying, aumentan sus probabilidades de padecer consecuencias psicológicas tanto a corto como a largo plazo.
Para poder disminuir estas probabilidades, equipos multidisciplinares de profesionales (educadores, pedagogos, trabajadores sociales y psicólogos) debemos trabajar junto a las familias en los centros. Desde la prevención y la psicoeducación, a través de proyectos y talleres, educando en valores o habilidades sociales, podemos lograr que los jóvenes tomen conciencia de su responsabilidad en el abuso y maltrato escolar y puedan valorar los riesgos que pueden padecer con su papel en ello. Por tanto, todos podemos aportar para acabar con el Bullying y disminuir las probabilidades de que los jóvenes sufran algún tipo de trastorno psicológico o desajuste social.